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14 noviembre 2020

El día de las librerías

  Ayer fue el día de las librerías, y como cada vez que se celebra un día de... (incluye aquí lo que quieras), me quedo con una sensación agridulce. Porque aunque me parece útil tener días en el año que nos recuerden la importancia de las cosas, creo que probablemente lo es más darnos cuenta de que nadie (o al menos muy pocos, especialmente si hablamos de librerías) vive de lo ganado en un día. O en un mes.


  Las librerías son importantes y útiles todo el año, y constituyen puntos de conexión entre las comunidades y los creadores de cultura escrita. Comprando en ellas no solo nos llevamos con nosotros, a nuestros hogares, conocimientos e historias que nos permiten viajar en el tiempo y en el espacio, sino que además colaboramos para que esa cultura pueda seguir existiendo. Porque los escritores y escritoras tampoco vivimos del aire (aunque sería una gran ventaja evolutiva, nota para personaje).


  Es posible que más de uno piense que se me está yendo un poco la mano, que estoy otorgando demasiados poderes a locales dirigidos por personas; negocios a los que, en la mayor parte de los casos, el mero hecho de subsistir les supone un esfuerzo que pocos, ajenos al gremio, alcanzan a imaginar. Pero precisamente por eso creo en su fuerza. Y ello a pesar de que todavía sigue imperando la imagen bucólica del librero o librera que se pasa el día leyendo, con una taza de té o café al alcance de la mano y un perrito acurrucado junto a los pies, o un gato escalando hasta lo más alto de la más alta estantería. Lejos de esa idealización que tan atractiva nos resulta a muchos, aunque pueda cumplirse a ratos, lo cierto es que el trabajo en una librería empieza muy temprano y muy a menudo acaba al día siguiente (sin contar con el añadido de que ahora “hay” que tener presencia en las redes sociales). Como ocurre con el resto de autónomos, por supuesto; y todo ello siempre, cómo no, aderezado con la inquietud inherente (y comprensible, dado el poco soporte que reciben) a esta figura en nuestro país. Especialmente en una época tan oscura como la actual.


  Es cierto que los libreros encuentran tiempo para leer, pero también lo es que ese tiempo se lo quitan al sueño y a familia y amigos; a la vidas que transcurre fuera, más allá de las paredes que acogen las estanterías repletas de libros por vender. También es cierto que, gracias a ese tiempo robado, pueden insuflar vida a libros escritos por autores y autoras a las que nadie conocería de otra forma; y en lugar de quedarse en el estante de un almacén, acumulando polvo, recorren el camino hacia otras estanterías, hacia otras mentes. Nadie oiría hablar de algunos de esos autores y autoras si no fuera por esa librería independiente que se esfuerza por mantenerse a flote y combatir el empuje de los grandes grupos.


  Por todo ello, y por muchas más razones que ya se me caen de la página, os pido que por favor compréis en librerías. No solo ayer. No solo hoy o esta semana. Comprad en librerías. No únicamente por ayudarlas a que superen el bache actual; sino por el servicio que nos proporcionan, por los consejos que las personas que las atienden pueden brindar, por sus recomendaciones y su amabilidad. No en todas ocurre –me diréis–. Pero sí en muchas. Y son precisamente esas las que debemos cuidar, para que nos sigan empujando a volar: tanto a los lectores y lectoras como a los que, además, nos dedicamos a dibujar con palabras esas alas que tan sencillo es romper. O quemar.

La cuarentona

  “ La mataría de buena gana, pero no sé muy bien qué es lo que me lo impide. Quizás sea mi conciencia. A veces tenerla es un verdadero dol...